Debo aclarar que soy fan del Boss. Hay cosas que no me gustaría decir, pero es necesario: Bruce lleva de vacaciones desde el 2002, año en que publicó el fantástico The rising. Discúlpenme los puristas y los fervientes seguidores que no ven errores en ninguna de sus obras, pero ni Devils & dust (resultón, pero lejos de sus buenos momentos), ni Magic (un gran single y mucho relleno) ni Working on a dream (que llevo meses masticando) nos presentan la mejor versión de Springsteen.

En este último, la misma portada ya da grima, con un Bruce medio-dibujado y como si le hubieran hecho un peeling. El contenido no contrarresta esas sensaciones. El arranque es bastante enérgico: Outlaw Pete (un tema bastante potente aunque peca de excesiva duración), My lucky day y Working on a dream, rayan un nivel más que correcto. Pero las ‘flojedades’ llegan después: el deja vù. Tengo la sensación de que hace siempre las mismas canciones. Unas me suenan a otras. Ya sé que es la cantinela que todo el mundo dice, pero ¡es verdad! Vale, que las hace muy bien (sólo jodería), pero a estas alturas al Boss yo le pido más; y desvaríos como Good eye, son inexplicables. Del resto del tracklist sólo salvo la maravillosa The wrestler y Kingdom of days.

El balance: 5 buenas y 8 mediocres. (Para mí) Insuficiente. Muchos me dirán que un disco con cinco buenas no puede ser un mal disco. Lo acepto. Pero repito: Bruce Springsteen puede darnos mucho más (y debe exigírsele). No me gustan las medias tintas. Y ya no quiero ni imaginar cómo sonaría este álbum sin el empaque que da el sonido de la E Street Band a las canciones...

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